jueves, 5 de marzo de 2009

Las llamadas al radio o la pena ajena

Desgraciadamente padezco de un terrible mal llamado "pena ajena". Esta enfermedad crónica degenerativa me ha afectado desde mi más tierna infancia, cuando en Chabelo los niños salían de los pau pau y cantaban para ganarse una bici; la piel involuntariamente convulsionaba en ataques de piel de gallina y poco faltaba para que me salieran plumas.
La útlima y más terrible manifestación de este padecimiento aparece en el momento en que escuchando la radio entra una llamada del público.
El tiempo se detiene, el sol se oculta y se oye el aullido de un lobo.
Existen varias opciones por las cuales se realicen estas llamadas, ninguna es mejor que otra y todas son igualmente espeluznantes:
a) Pedir una canción
b) Mandar saludos
c) Entrar en un concurso
d) Proyectar el deseo oculto de ser locutor de radio.
La opción a) y b) pueden ser no tan aterradoras, siempre y cuando se limiten a un tiempo no mayor de 6 segundos; pasando este tiempo comienza a convertirse en una terrible tortura o a coquetear co el punto d). El punto c) es tolerable y hasta comprensible, la oportunidad de obtener un boleto gratis o inconseguible no tiene por que ser desperdiciada, pero en el momento en que empiezan a insistir o hasta rogar, no me queda opción más que cambiar de estación o bajarle al radio hasta que el peligro haya pasado. Debajo de las cobijas ruego a Dios que los chillidos y las oleadas de intensez no me alcancen, aunque la amenza está latente.
Eso sí, no hay nada que me de más miedo que el Radioescucha del infierno que por una extraña mutación genética cojunga las cuatro espantosas categorías:
Llama para participar en un concurso, pierde; insiste, llora y amenaza. Resignado exige una canción, bromea y se adueña del programa y para terminar manda a saludar a Jennifer, una chava que le encanta.
En estos casos suena tan bien la promesa de la estática...

No hay comentarios:

Publicar un comentario